Al entrar al consultorio llena de nervios el médico le suplicó que se sentara en la silla que estaba en frente de un sofisticado escritorio. Ahí fue que comenzó la entrevista.
-Dígame, ¿qué es lo que le molesta? ¿Qué la trae por aquí? Hasta dónde yo sé usted siempre ha sido una mujer muy sana y, para ser sinceros, no parece del todo enferma.
-¡Ay Doctor! Usted no sabes lo mal que me he estado sintiendo; no puedo dormir por las noches, y en las mañanas no me siento con fuerzas para levantarme. Me cuesta trabajo caminar, respirar, mirar cuando hay luz de sol.
-Pues cuénteme con todo detalle cada uno de sus síntomas, solamente así podremos ver qué es lo que usted tiene.
-Bueno, mire, para empezar: cada noche, cuando me acuesto, siento un dolor espantoso en el pecho, una punzada que me atraviesa y hace que la piel se me enchine como una gallina recién desplumada. Ya después que me acostumbro a la espina esa trato dormir, cierro los ojos, pero no los puedo mantener quietos por un instante, como si me dieran vueltas en contra de mi propia voluntad. Termino abriéndolos y me doy cuenta de que tengo frío, mucho frío, estoy helada desde los pies hasta la cabeza, sudando frío, poco, pero ya se ha vuelto algo molesto. La cabeza no me ha dolido por las noches. Después de un rato de insomnio, temblorinas y vueltas en la cama me termino levantando y hago cosas, de todo hasta que finalmente caigo como muerta en el sillón.
-Que cosas tan extrañas, ¿los síntomas anteriores solamente se presentan durante la noche?
-Eso sólo es cuando me acuesto, cuando me levanto la cosa es distinta. Para empezar me cuesta un trabajo enrome pararme del sillón de la sala o de donde haya caído la noche anterior, yo creo que son los huesos o tal vez la copa de vino que tomo antes de ir a la cama todos los días. Una vez que logro levantarme y ponerme en orden me doy cuenta de que la luz solar me lastima los ojos, que el ruido externo hace que me duelan los oídos, que cuando hace frío tiemblo sin parar, y cuando hace calor siento unos bochornos infames que no me dejan ni pensar. No me puedo concentrar, no me da hambre a las horas de la comida, desayuno o cena y el resto del tiempo el estómago me suplica por algo de comer. Yo creo que tiene algo que ver con la contaminación, ya ve usted que dicen que ha aumentado muchísimo y que eso hace mucho daño a la salud. O tal vez es que estoy agarrando una enfermedad tropical, como las que salen luego en los programas que todo el mundo vemos en las horas de insomnio.
-Ya veo. Dígame, ¿hace cuanto fue que usted soñó por última vez?
-¿Eso qué tiene que ver?
-Responda, por favor.
-Bueno... hace... como... mmm...
-Ya entiendo lo que le sucede. Lo que usted necesita es un buen abrazo, o en casos ya muy extremos, como me temo que es el suyo, un buen beso, uno de verdad, uno que la haga perder el aliento para poder recuperarlo durante el día. Uno que le robe el sueño una noche y luego se lo devuelva sutilmente. No es necesario que se lo ponga en receta. Y dígale a la secretaria que no es nada, ésta vez va por mi cuenta.
-Gracias Doctor- dijo incrédula y salió del consultorio derechita a su casa.
Esa noche, después de tomar lentamente una copa de vino tinto sentada en una silla y viendo hacia la cocina, se metió en la cama, cerró los ojos y esperó. Los párpados empezaron a temblar, los pies a congelarse y el sudor helado a surgir. Depronto ella escuchó algo dentro de su habitación, algo extraño y muy leve. Intentó poner más atención a aquel sonido, pero los oídos le zumbaban y decidió olvidarlo.
Estando ella desesperada por conciliar el sueño, con los ojos exprimidos y la almohada ya empapada sintió que un lado de su cama se hundía, como si alguien se hubiera sentado justo en la orilla, pero no quiso mirar, dando por hecho que su imaginación la estaba traicionando. La figura que se había sentado se acercó poco a poco a ella y cuando estuvo a punto de chocar su nariz con su frente dejó plantado un beso que le dejó los labios salados y resecos. En ese instante despareció. Y ella sobresaltada se levantó de un brinco. Al no ver a nadie en la habitación, se volvió a recostar y cerró nuevamente los ojos. Y durmió.