Saturday, July 13, 2013

El desastre

Volvió a tocar a la puerta, con paciencia y de pie.

Entiendo. Entiendo el problema y está bien. nada más tienes que abrir. Por favor, abre. No va a ser fácil, lo sé, por eso sigo aquí. Pero también sé que puedes. Sólo es cuestión de quitar algunas de las obstrucciones y listo. Ni siquiera debes quitarlas todas, con dos o tres basta para que empuje la puerta y entre. Por favor, abre.

Recargó la frente contra la puerta silenciosa y bajó el tono de voz.

No necesitas la llave. Conozco la puerta y sé que te deshiciste de la llave. Pero no importa, porque con quitar los bultos de suelo y un empujón de este lado todo queda libre. Abre. Abre, por favor. Ya has empujado mi puerta y no duele. Es lo mismo. Por favor.

Se separó, furioso pero todavía paciente. Caminó de un lado a otro, abarcando todo el metro cuadrado disponible frente a la puerta.

Tiraste todo dentro, nadie lo ve y a ti no te estorba. Es muy conveniente, nada entra ni sale, no hay movimiento. No hay incomodidad ni exposición, tampoco luz ni calor ni frío. No hay nada que no conozcas. Lo sé. Lo he visto. Déjame entrar.

Agotado se sentó contra la puerta silenciosa, inmóvil. 

Lo haces muy difícil. Déjame entrar. Sólo voy a entrar yo, ningún otro. Lo prometo. Sólo yo. No escuches lo demás. Por favor, abre.

Sorpresivamente, se levantó para gritar desesperado y con las manos en la cabeza.

¡Es un desastre! ¡Ahí dentro no puedes vivir! ¡Déjame entrar!

Terminó con un susurro.

Déjame entrar.

Esperó. No tuvo respuesta.

No tiene sentido.

Bajó las escaleras, sin saber si volvería. Pero eso no importó, no podía desperdiciar más tiempo. Era hora de salir. 

Friday, March 22, 2013

Tratamiento

Luego de la intervención médica las cosas no parecían tan distintas. Probablemente porque ahora estaba  mejor y eso no se nota. La respiración era más estable, la cabeza menos presionada, los días más ligeros; eso es natural, no tiene por qué distinguirse. Los efectos secundarios advertidos por el (los) médico (médicos) ya habían desaparecido. Volvía a ser un organismo funcional, sin especial diferencia. A excepción de las ganas repentinas de escupir. Eso sí era distinto, completamente nuevo. Al principio le pareció un mecanismo normal, parte de los síntomas post-intervención. Pero con el tiempo se fue haciendo más repentino y continuo. En la mañana, luego de lavarse los dientes, escupía. Luego de secarse las manos antes de comer, lo mismo. En el auto, camino a donde fuera. Durante las horas de trabajo. Las reuniones eran especialmente incómodas. Incluso, a media noche debía despertar sobresaltada y correr a desahogar su garganta. Y, cuando lo hacía, volvía a respirar normalmente. Volvía a sentir la cabeza ligera. Las oraciones que formulaba eran mucho más fluidas, entendibles. Su tono de voz podía modularse. Ya no había signos de interrogación. No como antes. Cuando todo causaba aturdimiento y sus pensamientos eran una apretada y oscura maraña hecha de nudos que sólo el láser y un par (o dos) de manos plastificadas pudieron eliminar. La pesadez del mundo se había evaporado dejando un riachuelo de sangre que se secó pocos días después. ¿Y la necesidad de escupir? Ese apretar los dientes y mantener los labios sellados hasta encontrar el momento de escabullirse y soltar aquello. Aquello que era puro líquido, coágulo de nada. Sólo una vez se atrevió a mirar lo que salía de su boca con tanta urgencia. Se encontró frente a un pedazo de nudo incoloro. Levantó la cabeza y se miró. Reconoció aquel pedazo; fragmento de la pesadez que fue imposible desbaratar. Eso era. Habría que sacar los cachos irresueltos y fragmentados. Desecharlos. Y llamar al (a los) médico (médicos) que recetaría (recetarían) una pastilla para acelerar el proceso.

Sunday, January 27, 2013

Un día antes

Tenías los ojos abiertos antes de que sonara el despertador. Era una hora común, la misma siempre. No sabías si te gustaba el pan integral, ni el café, ni los calcetines. Funcionaban. Cada minuto quedaba lleno, no se te hacía tarde. Encendías el coche y llegabas a un salón lleno de estudiantes. Sabías todos los nombres de todos los grupos. Temas interesantes, niños desinteresados. Gritabas. No importaba, te hacía gracia. Firmabas la salida y comías con alguien, siempre con alguien y seguramente reías. Volvías a casa, al sillón, a leer y registrar. Buscabas cosas. Te levantabas varias veces. Salías a correr, te gustaba el aire enfriando el sudor. Servías la cena frente a la televisión. Lavarías los platos la mañana siguiente. Entrabas en la cama, leyendo. Sonreías. Te quitabas los calcetines, cepillabas tus dientes sobre el suelo frío. Estirabas los dos brazos hacia arriba y apagabas la luz. 11:43. Tus ojos abiertos miraban la cortina blanca. Escuchabas, a veces, algunos autos pasar. Repasabas el horario de mañana. Te quedabas dormido. No soñabas.

Sonó el timbre.