Wednesday, July 30, 2008

Al faro

Tengo ya lista la bolsa de piel desde hace unos cuantos días. En ella metí todo lo que creo que puede ser útil en alguno u otro momento. Ya sabes, cosas como un mapa, calcetines extra, un gorro impermeable (como los que usan algunas veces los pescadores cuando hay tormentas en el mar), también unas nueces, guantes, una brújula, una cámara, la bufanda gruesa y larga (esa que se me arrastra cuando la uso suelta), puedo meter té, chocolate o café caliente, o en realidad lo que tú prefieras; los tres pesan los mismo y caben perfectamente.
Si quieres voy callada todo el camino, no me importa guardar silencio un rato y si prefieres platicar sobre algún tema importante puedo hacerlo con moderación y elocuencia, creo que ya aprendí a hacerlo. O también podríamos practicar hablar de cosas sin ninguna relevancia.
Tengo ya en la imaginación retratado ese momento, con el viento fuerte, muy fuerte en mi cara. Con la noche, tarde o mañana pasando muy lentamente, con el tiempo tan espeso que es posible sentirlo escurrirse entre los dedos de una mano tendida al frente, con un rugir constante en los oídos, con el frío tan dentro que hace nevar el alma. Así lo imagino, así quiero que sea.
Muchas veces he querido desafiar a las fuerzas del mar desde lo alto, ver cómo intentan derribarme furiosas las olas saladas, sollozando y llorando de tal forma que su sal llegue hasta mis labios para poder probarla, para resecarlos, hasta mi pelo para opacarlo, hasta mis ojos para empañarlos.
Llévame una sola vez, puedes quedarte abajo si quieres, puedes parar lejos y yo caminaré (mis botas no cansan cuando camino entre la lluvia). Porque quiero verme arriba del azul furioso y al mismo tiempo abajo de las nubes, intentar alcanzarlas con los dedos encrispados y gélidos, exhalando humaredas de vapor con los ojos cerrados. Llorar entre el ruido y el silencio, reírme con el viento a carcajadas, suspirar, suspirar y suspirar hasta que no me quepa más aire.
Si me llevas te contaré todo lo que me diga el cielo, las nubes, lo que me grite el mar y lo que susurre el viento. Si me llevas será la última vez, te lo prometo.

Monday, July 14, 2008

Fuera del cuarto

Solamente sería una noche la que yo pasaría de acompañante en el cuarto del hospital y la debía aprovechar. Mucha gente me dijo que les daban miedo los hospitales, en especial de noche.

"Como que se siente un, no sé, una vibra mala, como de muertos."

Y yo quería comprobarlo. Sabía que sería una noche larga de todas maneras, que casi no podría dormir por el paso de todas las enfermeras y sobre todo para poder cumplir mi misión consistente en vigilar a la paciente recién salida del quirófano. Así es que decidí armarme de valor y salir, eventualmente, de mi habitación designada hacia los pasillos oscuros del segundo piso del hospital.
Por ahí de las doce de la noche con treinta minutos pasados supe que era la hora perfecta. Me amarré el pelo en una cola de caballo- para que, por si había que correr, no me estorbara la melena-, me puse las pantuflas y me aseguré de que mi acompañante estuviera profundamente dormida- lo cual no era difícil con el arrullador ronroneo del dispensador de sueros.
Cuando llegué hasta la puerta cerrada tomé la redonda manija de aluminio y con un enorme suspiro abrí la puerta con los ojos cerrados y finalmente di un paso grande; estaba ya oficialmente afuera de la habitación.
Cuando abrí los ojos me encontré parada en un pasillo levemente iluminado por una luz verde que quién sabe de dónde venía, pero que hacía parecer al suelo mucho más viejo y maltratado de lo que se veía con las luces encendidas. El ambiente tenía un olor repugnante a medicamentos mezclados y una de las puertas en las que terminaba el pasillo estaba entre abierta y dejaba correr de vez en cuando una ráfaga de viento que revolvía las hojas de los cuadernos que las enfermeras y doctores habían dejado en el escritorio de la entrada. Fue cuando yo estaba analizando el terreno que escuché unos pasos que se aproximaban desde las escaleras ennegrecidas tanto por la noche que la oscuridad se podía sentir con los dedos. No quise averiguar quién sería el dueño de los pasos y aterrada entré de nuevo en la habitación dando un repentino paso hacia atrás.

No podía rendirme por unos pasos solamente, así es que busqué cualquier cosa que me pudiera ayudar a defenderme y salir de ahí de una vez. Lo único que había cerca era una jeringa y unas tijeritas que alguna enfermera había utilizado para abrir el paquete nuevo de algodones. Las tomé en una sola mano y de nuevo abrí la puerta de golpe, para no sentir los escalofríos que me producía tomar la manija helada. Cuando estuve de nuevo en aquel pasillo me armé de valor y apretando mis nuevas armas de guerra caminé hacia el lado opuesto de la puerta entreabierta. No se oía nada, excepto los sonidos de voces provenientes de los cuartos en los que seguían reproduciendo películas, pero eran muy bajos como para ser notados sin parar en cada cuarto y escuchar sosteniendo la respiración. Poco a poco mis pasos se fueron haciendo más lentos y pausados con forme me iba acercando a las escaleras y cuando estuve frente a ellas evité mirarlas de frente, mejor me puse a leer detenidamente la descripción de la cirugía que había sufrido el hombre de la habitación 230 para distraer los escalofríos que sentía desde mi estómago. Mientras iba en la parte de las medicinas que debían administrársele los pasos que me había hecho volver a la habitación se volvieron a escuchar, y venía desde abajo de las enormes escaleras de servicio. Armándome de valor cerré la puerta que conducía a ellas y esperé con la jeringa en una mano y las tijeritas en otra. Sentí como un sudor frío comenzaba a brotar de mi frente, y un leve temblor invadió mis rodillas. Los pasos cada vez se escuchaban más cerca y más cerca. De un golpe se detuvieron, justo en frente de la puerta. Esperé a que se abriera, a que aquella bestia del más allá, seguramente, embistiera en mi contra con deseos de llevarme con ella hasta el fin de los tiempos...
... o al menos eso pensé, ya que la puerta nunca se abrió. Intenté escuchar mejor e hice mi respiración más pausada y ligera, pero mis intentos fueron en vano, lo único que se oía era la ráfaga de viento que entraba desde el otro extremo del pasillo. En realidad pasó muy poco tiempo en ese silencio incómodo y aterrorizante antes de que se escuchara un fuerte suspiro del otro lado de la puerta e inmediatamente después la persona, monstruo, espíritu o alienígena que estaba del otro lado de la misteriosa puerta se echó a correr escaleras arriba hasta que su chancleteo se disolvió en el frío aire de la noche.

Sin pensarlo dos veces me alejé en cuanto antes de aquella puerta hasta llegar a la parte de la salita de espera, que estaba llena de silloncitos de patas cortas con tapices monótonos y aburridos. Me desplomé en uno de ellos para olvidar la aventura pasada y tratar de convencerme de que el miedo y el sueño, principalmente, ya se habían ido. Mis párpados pesaban, pero yo no podía rendirme ahora, ya había durado media hora entera fuera de mi habitación en un hospital, solitario y a altas horas de la noche.
Poco a poco fui recobrando fuerzas y me levanté del sillón para hacer el último recorrido de la noche; el otro lado del pasillo en el que había una máquina de refrescos de cola, una de café instantáneo, una especia de cuarto abierto lleno de sillas de ruedas y camillas y unos pocos metros más allá la puerta que se abría cada vez que el viento intentaba entrar desesperado.
Me armé de valor, una vez más, y con paso rápido para terminar de una buena vez con todo el asunto aventurero me acerqué hasta llegar a donde estaban las máquinas y paré para escuchar si había algún sonido novedoso, el cuál no existía. Avancé hasta el cuarto de las camillas y ya estaba a punto de cruzar la eterna puerta abierta cuando llegó hasta mí un olor espantoso y desconocido. El olor venía del cuartito y podría confundirse en cierto momento con el olor del formol en un laboratorio, pero éste era mucho más intenso y desagradable. Intenté no respirar pero el aire se me fue cuando escuché que había algo, o alguien dentro de ese cuartito. Sin saber qué hacer apreté la jeringa en mi mano derecha y la sostuve en el aire frente a mí en forma de defensa personal.

“¡¿Quién anda ahí?!” Dije con el tono de voz más aterrador que se me pudo ocurrir y que pude alcanzar a emitir en ese momento. Pero no tuve ninguna respuesta, en cambio el ser que se encontraba dentro de aquella habitación comenzó a mover las camillas bruscamente, provocando que sus rueditas rechinaran escalofriantemente. El aire entraba cada vez más y mis rodillas temblaban hasta un punto en que me hicieron sentir un dolor punzante e insoportable. No esperé más y salí corriendo hasta la puerta abierta, ya que no estaba nada lejos, pero de ahí escuché un grito desgarrador entrar junto con la ráfaga entrante de aire gélido acompañado por un ejército de hojas secas furiosas que me golpearon en la cara de improvisto. Terminé estrellándome contra el cristal traslúcido de la puerta y cerrándola de golpe. Ese mismo instante salí corriendo lo más rápido que me lo permitieron mis piernas cansadas y en el momento en el que pasé por en frente del agujero del cuarto de camillas cerré los ojos y confié en mi puntería lanzando la jeringa hacia la oscuridad. Seguí corriendo hasta llegar a mi habitación, abrí la puerta y entré con una dificultad tremenda al respirar...

...la paciente me miró con los ojos tremendamente abiertos, ya era hora de su medicamento.

“¿Qué fue lo que pasó? ¿Dónde estabas?”“Luego... te cuento.” Respondí mientras me metí entre las ásperas sabanas blancas que cubrían el sillón del cuarto número 213. Y caí profundamente dormida.