Monday, June 23, 2008

Algo azul y un poquito húmedo.

Las botas se habían quedado afuera y la tormenta ya había llegado justo antes de aquel momento en el que el cielo empieza a entintarse. El hule azul hacía que las gruesas gotas y pedazos de hielo resabalaran con facilidad, pero por dentro estaban empezando a inundarse sin remedio. Dentro no había tanto frío como parecía, pero las cortinas a medio cerrar hacían que la estancia se tornara azulada y hasta lila en algunas ocasiones. La electricidad no era una opción viable, podía resultar peligrosa con tantos relámpagos silenciosos cayendo por los caminos.
A la puerta tanta lluvia no le sentaba nada bien, su pintura azul pálido ya estaba cediendo y se empezaba a ver la capa verde de la pintura anterior en las esquinas. Debajo de ella había ya un charco lo suficientmenete grande como para humedecer el tapetito de la entrada. Los cristales crujían, algunas tejas se rompían y nadie hacía nada al respecto, el cielo azul había ido a otro lado.
Había unas florecillas color azul rey, sobre la mesita de noche, que se estremecían como temblando por el miedo, o la emoción; siempre es cuestión de enfoques. La cama estaba deshecha completamente; las sábanas revueltas y echadas en el suelo parecían una montaña de nieve azul pálido. Había también plumas azules del pajarito que escapó la mañana anterior, tazas sucias en el fregadero, también azules, listones de seda en el tocador... azules.
Tmabién había algo más: unos ojos, que no eran azules, sino más bien marrones y oscuros, que miraban a travéz de la ventana hacía el jardín que antes del granizo había estado coronado de lirios e iris (azules), esos ojos veían más allá de la reja que rodeaba la casa, más allá del árbol lleno de nidos y más allá del auto viejo color azul oscuro que reposaba ahí desde hacía tanto tiempo. No eran azules, como el vestido de su dueña, ni como el pelaje de su gato, ni como las escamas de su pez, no eran azules, como todo lo demás.

Thursday, June 12, 2008

Se fué la luz

-Esta noche, no habrá luz.
-¿Ni estrellas ni la Luna?
-No, no hbrá luz. Punto.
-Bueno.
A las siete de la tarde aproximadamente todos empiezan a correr a sus casas como si de eso se tratara la vida que traen colgando. Unos más rápido que otros, y esos otros más lento que los demás, pero eso no impide que la ciudad se empiece a guardar. Hay algunos despistados que se quedan un rato más afuera, pero al fin y al cabo, en algún momento pretenden entrar.
Las ocho empezaron y el sol que apenas se ve entre tanta nube también quiere largrse ya. Poco a poco todo se vuelve un poco más azul, gris. La gente se mueve cada vez más rápido, por lo general no le gusta ser alcanazada por sorpresa cuando de la noche se trata. Las ratas salen a los basusreros; ya nadie las va a sorprender robando comida, no hay ni un sólo pájaro que se aventure a volar fuera de su nido, árbol o hueco en alguna pared descuidada o techo raído.
El gris se va volviendo más morado y todo se hace lento y pesado, congelada e inmóbil la ciudad se queda con forme las nueve van llegando poco a poco, escurriénose por las calles e invadiendo de olores, la verdad repugnantes, todo el aire que se puede respirar.
Finalmente todo queda en silencio, nadie se ha dado cuenta que las luces que roden las calles no se encienden, ni tampoco las de los cuartos de los niños, ni las lamparitas de noche de los abuelos, ni tampoco funcionan las plantas de elecricidad, ni brillan las estrellas- aunque eso no es novedad- ni ha salido a saludar la Luna. Todo está a oscuras.
-Dijo que se iría y se fué, efectivamente.
-Ya sé, le tengo miedo a las sombras.
-Pero, ¿no te dijo que ahí estaría? ¿Que lo buscaras?
-Algo así, pero el miedo no se va.
-Mira, debajo de tu cama... toma mi mano para que no te caigas.
-Gracias, ¿qué hay?
-Una sorpresa.
-¡Ya las había olvidado! ¡Gracias!
Brucilla sacó de debajo de su cama una esferita que brillaba tenuemente, la tomo entre sus dedos y el brillo fue aumentando, quitándole el lugar al miedo.
Esa noche no había luz, pero la niña y su Kube la tenían en un rinconcito de un cuarto encerrado, en una casa desconocida de la ahora negra ciudad que permanecía en sielencio mientras esperaba la hora de despertar con la llegada del nuevo día, de la luz.

Thursday, June 05, 2008

Irreconocible

Hoy en la tarde estaba lloviendo y vi a mi nube en el cielo. Hace mucho tiempo que no me visitaba y casi no la reconocí, pensé haberla perdido, junto con muchas otras cositas del estilo; pero no. Ahí estaba, su única diferencia fué su vestimenta; ahora flotaba gris y pesada. Aún en esas condiciones me alegré de verla y salí corriendo a su encuentro. Estaba tan baja que casi pude tocarla y me dí cuenta de que temblaba un poco- seguramente era el frío-.
Antes de salir, me dió tiempo de tomar algunos objetos importantes con los cuales no podía yo partir con ella; una esferita con un regalo brillante dentro, una pluma negra, un frasquito transparente lleno de un líquido salado y letal, un iris blanco en el pelo y una hoja en blanco. Después de meter todo eso con intensivo cuidado al morral de siempre trepé a mi nube y me recosté, echa un ovillo, como me gusta.
El aire se enfriaba con forme avanzábamos lentamente, pero no parecía importar. Me llevó tan lejos como siempre quise, llovió conmigo arriba y me abrazó cuando caí dormida. También susurró algunas cosas a mi oído, en sueños claro, y todas ellas yo las iba anotando con la pluma, usando mi líquido transparente como tinta, en la hoja en blanco.
Y pasó el tiempo, y pasó el tiempo...
Lloré con mi nube y algunas veces también me reí- lo que hacía que se pusiera blanca como la nieve recíen caída- yo quería a esa nube, la quiero todavía.
Y pasó el tiempo, y pasó el tiempo...

Monday, June 02, 2008

¿Para qué?

Brucilla recostó su cabeza en el suelo y miró el cielo el slencio. Ahí estaban todas las estrellas, completas, todas juntas brillando, calladitas. Ella nada más las vió, no quiso hablarles, ¿para qué? Y luego dejó de observarlas, y dirigió su mirada hacia la luna, que le sonreía, pero ella no se la devolvió, ¿para qué?. Buscó algo en ella, tal vez una sombra donde pudiera subir a descansar, pero no encontró más que luz, que cansó sus ojos y terminó por cerrarlos.

Después de un tiempo, se incorporó y extendió su mano al frente, quería que alguien la tomara, pero sus esfuerzos fueron en vano. Con los ojos serios se puso de pié y caminó sin rumbo, sin mirar a la luna, ni a las estrellas, ni al camino, ni sus manos, ni sus pies, ni los de nadie más. ¿Para qué?
Prontó llegó a ningún lado, se acostó de nuevo en la hierba y volvió a cerrar los ojos, las manos, los oídos, los labios y el corazón. ¿Para qué? Y finalemente cayó profundamente dormida.

Y mientras su mente corría, se tropezaba y levantaba una voz grave y tenue le dijo al oído, sin que ella se diera cuenta: "mañana será otro día".