Thursday, July 30, 2009

My one and only

Se sabe poderoso, pero aún así utiliza la máscara más fina de la timidez. 
Yo llego quieta, curiosa.
Él se retira. 
Arrítmica, comienza la inocente pero predecible coquetería.
La brisa ligera me trae su aroma mojado e irresistible y me lleno desde los pulmones hasta la punta de la nariz.
Con los ojos cerrados.
Me sorprendo al sentir espuma impecable y blanca entre mis dedos.
Cuando abro los ojos se vuelve a retirar.
Doy un paso hacia adelante para alcanzarlo.
Agua ligera acaricia mis tobillos, coqueta.
Sonrío a medias y se va, sin regresarme la mirada que lancé desde abajo.
Otro paso hacia adelante y no lo alcanzo.
Otro más y, repentino, me vuelve a sorprender.
Ruidoso, alcanza mis rodillas y se abraza de ellas firmemente, salpicando mis hombros con besos frescos y salados.
Se va con una sonrisa oscura que promete regresar.
Otro paso, con cuidado, y me atrevo a desafiarlo.
¿Qué más? Pregunto con los dedos que cuelgan de mis manos húmedas.
La respuesta llega repentinamente.
Me toma de la cintura y me arrastra hasta él. 
Sin poder (ni querer) evitarlo me dejo llevar, me sumerjo en él, completa.
Lo beso, lo acaricio, perdida en ese vaivén que hace temblar la tierra.
Sumergida entera en ese murmullo que deshace la roca.
Me estremecen sus cosquillas blancas y mi sonrisa es azul y verde.
Me agota.
El corazón marca la hora de partir.
Disimuladamente, me acerco a su orilla, pero se da cuenta.
Lee mis intenciones y, celoso, me empuja lejos de ahí.
Mis pies se vuelven a marcar en la arena suave y clara.
Se va.
Recupero el aliento con un suspiro y me doy cuenta de que ha dejado su huella impresa en toda mi piel.
Me voy.
Él, orgulloso, pretende no mirar, pero a mis espaldas roba cada una de mis huellas, esperando el momento en el que yo regresaré.
Él herido, yo arrepentida.
De nuevo jugaremos a retarnos.
A alcanzarnos.
A querernos.
Con olor a sal y sabor a mar.

Monday, July 20, 2009

Inmensa

Cerraba los ojos para el primer jalón, que no era violento ni repentino, pero el vértigo siempre me ha acosado al tratarse de grandes distancias verticales. Con una velocidad moderada subía, más y más, hasta sentir los pies descalzos cubiertos de brillante escarcha. Luego abría los ojos, mirando hacia arriba. La oscuridad infinita me esperaba con los brazos abiertos de par en par, y yo atravesaba la atmósfera siempre sonriente, disfrutando de cada escalofrío mortal, de cada nervio adormilado, de cada centímetro de mi cuerpo que se azulaba. Sin dejar de subir miraba hacia abajo, para darme cuenta de que todo quedaba ahí, atrapado en esa esfera brillante. Todo se volvía parte de lo mismo, y yo lo miraba entero. La sorpresa y emoción llenaban mis pulmones, que ya no necesitaban de aire para funcionar. Mi estómago se llenaba de mariposas invisibles que revoloteaban alocadas. Me encontraba sola, subiendo dentro de esa inmensidad oscura, dentro del vacío que luchaba por traspasar mi piel, por destrozar mi cuerpo, por poseer mi alma. Pero yo no lo dejaba entrar, ni por mis oídos, ni por mis ojos, ni por mi boca. El vacío estaba ahí, pero nunca formó parte de mí para lograr que yo me convirtiera en parte de él. Finalmente veía mi destino, tan plateada como siempre me esperaba. Lento, los dedos de mis pies enterraban sus puntas en la fina arena gris y, ligera como nunca, caminaba yo hasta mi lugar favorito. Donde todo era belleza, silencio y paz. Donde yo lo veía todo encerrado en una burbuja que se iba iluminando con forme el Sol llegaba. Sentada y hecha nudo, esperaba a que llegara la hora de regresar para formar parte, una vez más, de esa enormidad limitada. Lo miraba conmovida, feliz. El agotamiento ganaba sus batallas y lograba que mi cabeza se llenara de arena de plata, mis ojos se cerraban y dormía. Nunca pude descifrar el regreso; todas las mañanas, luego de viajar, amanecía sobre mi cama, con algunas motas de polvo lunar en las plantas de los pies y la cabeza llena de ese silencio total y hermoso que solamente ahí arriba existía. 

Cuarenta años pasaron desde que por primera vez se miró a la Tierra desde ese espejo de plata que nos observa cada noche. Cuarenta años de que alguien se dio cuenta de la razón por la cual romance que sostienen nuestro planeta y la Blanca es eterno. Belleza, silencio y paz.


Friday, July 17, 2009

Con Frank y compañía

Viernes por la tarde. Todo el mundo busca planes de última hora con tal de no permanecer en casa presas del aburrimiento. Los cines vomitan gente, en los restaurantes ya no hay mesas y los bares y demás se preparan para recibir a las hordas de jóvenes que ya se están alistando para salir (sobre todo las chicas). El tránsito se coagula poco a poco con forme la tarde va avanzando, como todos los viernes en la tarde. 

Este viernes ella no tiene prisas para encontrar planes, está tranquila mientras una llovizna acaricia su ventana. Despeinada, despintada y descalza se deja caer sobre el sillón y juguetea un poco con uno de los mechones de pelo que le rozan la frente. Por no tener nada que hacer cierra los ojos y presta atención a cada una de las canciones que la pantalla de su ordenador va anunciando. Todas eran perfectas, lentas y suaves. Hasta que llegó una melodía que captó su atención por completo... I've got you under my skin, I've got you deep in the heart of me... y uno de sus pies sueltos no pudo evitar marcar el ritmo en el aire. Aquella melodía logró sacarla de su comodidad y, dejando la taza caliente en la mesa, se dejó seducir por el aterciopelado ritmo que la invitaba a bailar. Lento y con los ojos todavía cerrados seguía los pasos que el cantante la invitaba a dar. Vuelta. Uno, dos, uno, dos. Vuelta. Y, para su sorpresa, una mano segura la tomó de la cintura y la otra acarició sus dedos, guiándola por cada una de las notas de la nueva pieza... come away with me in the night...

Así se escurrió aquella tarde de viernes, entre el susurro de las escobillas y las teclas pausadas. Uno, dos, uno, dos. Balanceándose tan ligeramente que apenas se notaba. Vuelta. Y cuando vino la noche, con sus escándalos y sus luces, ella sonrió al reconocer la mirada de su pareja de baile que, aunque invisible, la acompañó durante toda la tarde. Sin una palabra... close your eyes, close the door, you don't have to worry anymore... no hacían ninguna falta.

Saturday, July 11, 2009

Como dicen todos

"Después de la tormenta viene la calma", efectivamente, dicen todos (las madres, los padres, las abuelas, los abuelos, las hermanas, los hermanos, las maestras, los maestros, las revistas, los libros...). ¡Y qué manera de llover! Las nubes ennegrecidas se llevaron la luz de la noche y la iban soltando de a poco con risotadas estremecedoras. Cayeron gotas pequeñas, luego unas mucho más gruesas, después las que parecen no cesar y, finalmente, granizó. Con toda esa agua cayendo era imposible no sentir los huesos tiritar de frío. Amaneció y seguía lloviendo. Pasó la mañana y no paró. En la tarde volvió el granizo. Y después de un rato de estruendo alguien entra en un baño caliente y escucha cada una de las gotas que intentan entrar por la ventana, cada una de las canicas de hielo que amenazan con perforar el techo. Pasaron los minutos con normalidad, y algunos segundos después, descubrió en los golpes una melodía. Bien escondida, pero ahí estaba. En el instante en que fue revelada la canción, la tormenta empezó a disminuir notablemente. De granizo a gotas grandes, de gotas grandes a gotas pequeñas, de gotas pequeñas a llovizna, de llovizna a silencio, de silencio a calma.