-Estás sentada en una silla, cómoda, en tu posición habitual (esa que amenaza con hacerte reventar como una liga muy apretada en cualquier momento). La silla está dentro de un salón, como de escuela, que tú ya conoces. Vacío. Ese silencio que hace eco te molesta, pero sabes que estás segura. No quieres abrir los ojos, porque conoces lo que habrá a tu alrededor: más sillas vacías, luz blanca y las ventanas empañadas. El tiempo va pasando y se escucha. Se oye cómo avanza y eso es lo que hace el eco que está sembrando una semilla dentro de tí. El pequeño implante es tan insignificante que no sabes qué es. No importa, ahí está y crece, muy lento. Su nuevo tamaño te hace sentir escalofríos en el vientre. Ahora en tus dedos de los pies. Los de las manos también. Los párpados tiemblan. La piel se te ha enchinado pero no hace frío. Tiemblas entera y no sabés por qué. En la cabeza solamente te caben preguntas, no hay una sola respuesta. No hay una sola respuesta. No la hay. No la sabes. Y tiemblas de incertidumbre, eso es lo que el tiempo te plantó dentro y que ahora te come. De un golpe, despiertas sudando. Ya ha amanecido.
-El día es muy claro y el agua parece un espejo delicadísimo. La temperatura es perfecta. Todo es perfecto. Disfrutando cada instante quedas completamente bajo el agua y puedes respirar ahí. Abres los ojos y puedes ver el suelo lodoso poblado de plantas que se mecen tranquilas. Hay muy pocos peces grises. Decides no moverte. Todavía quedan algunas burbujitas que suben rápidamente por tu piel, haciéndote cosquillas. Sonríes. Tu piel se empieza a arrugar y el cielo ya no es tan claro, parece que las nubes lo han invadido. Es ya la tarde y solamente escuchas las amenazas de tormenta que vienen desde afuera. Ya es hora de irse. El aire mueve la superficie y se vé frío. Si no sales ahora corres el riesgo de enfermar, de que la noche te atrape, de perderte. Pataleas lentamente hasta llegar a la superficie, pero no logras salir. Ésta parece ser sólida. Se mueve, ondea, salpica, pero no te deja salir. Y la desesperación toma posesión de tí. Tus puños se estrellan con la superficie helada, pero no se rompe. Estás atrapada. No puedes gritar, ni llorar, ni hacer nada. De un golpe, despiertas sudando. Ya ha amanecido.
-El lugar en donde estás te parece muy familiar. La única diferencia es que ahora está lleno de gente. Andando por las escualeras, entrando a cada cuarto, hablando, corriendo. Todos mantienen el mismo tema de conversación, pero tú aún no lo has descubierto. Algo está pasando, algo importante. Preguntas qué ocurre, pero no contestan. La prisa va en aumento. La gente te empuja, no te mira. No entiendes qué pasa. Los empujones se convierten en golpes y caes por las escaleras. Te pisan y no puedes levantarte. El aire falta ahí abajo. La gente sigue tropenzando contigo, y te lastiman. Duele. De un golpe, despiertas sudando. Ya ha amanecido.
-Esperas sentada en el silloncito de siempre. La música esta tarde es especialmente mala y hace un calor insoportable. Quince minutos de retraso, como era costumbre. Finalmente llega abriendo la puerta con estruendo. Sus pasos apresurados se detienen en frente de tí como si fuera obligatorio. Ahí te miran sus ojos azules, duros e impenetrables, como nunca los habías visto, pero siempre los habías imaginado. Te levantas y él te toma fuertemente de los hombros, apartándote lo más posible. "Adiós". Te suelta y se marcha. Tú lo llamas por su nombre, pero ni medio sonido sale de tu boca. Gritas, pero nadie te escucha. Caes desplomada en el sillón. Las luces se apagan, el local cierra y ahí permaneces. Quieta. Pensativa. En silencio. Con trabajos detienes las lágrimas en el borde de tus ojos, no quieres dejarlas caer sin antes haber entendido el motivo. De un golpe, despiertas sudando. Ya ha amanecido.
Abro los ojos con mucho trabajo. Tengo demasiado sueño. Todo está oscuro, pero prefiero la oscuridad real que la luz imaginada en cada sueño. Debo luchar por no caer de nuevo dormida. Pero el cansancio es tanto que me vence poco a poco. Extraño tanto al insomnio. Lo extraño tanto.