El número de pisos ya no importa cuando estás a tal altura. Todo se ve desde arriba, menos las personas. Ya da lo mismo el camino que usaste para subir hasta allá, se te olvida cuando llegas. Las suelas de los zapatos pesan como si se hubieran convertido en plomo. Andas con vértigo y adrenalina hasta alcanzar el borde. Ahí te sientas, tomas aire y miras a tu alrededor. El mundo de abajo te jala hacia él. El mundo de arriba no parece tan lejano, sigue volviéndose amarillento cuando el sol se pone. No lo alcanzas, pero nadie te puede alcanzar a ti. Setenta y muchos pisos por encima de todos. El viento se encarga de hipnotizar tu piel. Cantas y gritas para todos los de abajo, pero sólo los de arriba escuchan. Tú, el viento, la azotea, el sol que muere, la ciudad amarilla. Ahí el mundo es tuyo.
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