No recuerdo cómo fue que desperté, pero salí de la cama con la resolución de encontrarme con esa nube tan mía. Di los pasos necesarios, con los pies descalzos, algunos músculos entumidos y la cabeza llena de palabras, ahora desconocidas. Cuando abrí la puerta me imaginé frente a frente con un cielo gris y helado, lleno de aire indiferente y denso; difícil de respirar. Pero no fue así: el cielo era completamente azul, sin viento, sin nubes. Sin mi nube. Asomé un poco más la cabeza y mis pupilas se distrajeron con el revoloteo de unas alitas blanquísimas que rozaban las flores de la calle. Inconscientemente seguí su curso y fue entonces que el misterio quedó resuelto. Esa nube, tan mía, en la que yo quería salir de viaje se había transformado. Ahora no era vapor blanco de granizo, era cientos de mariposas blancas. Todas volando en mil direcciones, sin trazar un rumbo establecido. Todas luminosas y risueñas, todas en Diciembre. Y yo, con los pies descalzos, los ojos incrédulos y las manos abiertas me acerqué hasta adentrarme en aquella maraña de alas blancas que me levantó del suelo. Peinando lo impeinable, puliendo lo áspero, llenando de cosquillas aquellos miembros inertes de mi cuerpo. Y asi me fui, en la nube, tan mía, de mariposas blancas de Diciembre.
1 comment:
Una nube totalmente tuya, solo tuya. No la pierdas de vista.
Hermosa redacción, un beso, Yo.
Post a Comment