"Hay que tomar mucha agua, como dos litros diarios" dijo seriamente cuando le serví un vasito de agua del garrafón de la cocina. A mi no me gusta tomar agua. Sentirla sobre mi piel es una sensación mágica, revitalizante. Verme sobre sus espejos me da la confianza de que sigo ahí. Escucharla me hace dormir en paz. El agua me gusta. Me encanta. Siempre y cuando no tenga que ver dentro de mí.
Otro día, me sorprendió y vino con un ramo de florecitas blancas en la mano. Astromelias. Un manojo enorme de botones oscuros que prometían convertirse en bellezas delicadas y naturales. Pronto las puse en el florero verde y, para que florecieran, las puse en agua, casi hasta los bordes.
Los días pasaban y poco a poco cada una de las florecitas asomaba sus pecas, sus pétalos pulcros o los que tenían rayas rosadas. Con tiempo fueron convirtiéndose en una nube fresca que bailaba con mis suspiros, todos blancos, por supuesto. El florero verde estaba orgulloso de su contenido y yo de mis flores, sus flores.
Las flores eran hermosas, fuertes y llenas de inocente vida coqueta. Pero no eran como todas las demás, ellas tenían (o mejor dicho: hacían) algo peculiar: todas las mañanas el florero amanecía seco, y todas las mañanas lo volvía a llenar hasta los bordes. A la mañana siguiente el agua se había vuelto a extinguir y el proceso se repetía una y otra vez. Y, con forme el agua se acababa, más florecitas estiraban sus pétalos frágiles, mientras las demás se llenaban de esa vida que llena mi habitación, que las hace decir recuerdos, que me hacen despertar con una sonrisa y dormir con una ilusión.
A mí no me gustaba tomar agua. Pero a mis flores, sus flores, sí. Al fin y al cabo, las cosas se parecen a su dueño.
4 comments:
Hace mucho que no decía algo bonito, así que diré:
Zorrales.
¡Qué bueno que volviste!
Un beso, yo.
Hace dos semanas me encontré al ex-director de mi prepa. Tres personas se acercaron prontas a saludarlo, yo me acerqué con mi caminar tranquilo y lo saludé. Para esos tres tenía un saludo genérico, en cuanto me vio cambió la mirada, apartó a los otros tres y me dio un saludo autenticamente alegre. Me dijo que me veía lleno de vida, y me sentí como si me hubiera tomado un florero verde lleno hasta el borde de agua. Ese señor le dio la Unción de los Enfermos a mi abuelo y fue una parte importantísima en mi formación. Entiendo como se sintieron esas flores, aunque se te olvidó mencionar que tu luz y tu cariño las hacen crecer más fuertes y más sanas. También en eso se parecen a su dueño.
Historia real acaso? hummmm se te olvido quitarlas del sol jejeje
Post a Comment