" Termina el Otoño. Las calles de la ciudad se cubren de hojas secas. La tierra suelta un aroma distinto, como si presintiese la muerte y no su resurrección de primavera. Las aves emigran al sur. Al atardecer cruzan la ciudad junto al lago. Arde el sol poniente en las ventanas de los edificios más altos. Cegados ante el resplandor mucho pájaros se estrellan contra los cristales y caen muertos en las aceras. Otros quedan malheridos. A menudo la agonía termina entre afiliados despojos en el basurero municipal o entre las llamas de los incineradores.
Todas las noches Jack recorre las calles en busca de aves caídas. Arroja los cadáveres en un costal, para después sepultarlos en su jardín, y pone en cajitas forradas de algodón a las aves que encuentra aún con vida. Su departamento está lleno de pájaros en distintas fases de convalecencia. Algunos se entrenan para recobrar la facultad del vuelo. Otros apenas dan pasos inciertos. Jack los cura, los cuida y alimenta. En medicamentos, alpiste, vitaminas, en mantener el sitio limpio y a una temperatura adecuada, gasta cuanto obtiene como redactor en una agencia publicitaria.
No hay en su casa más aparatos eléctricos que las incubadoras y una radio utilizada para enterarse del clima. Los únicos libros son de ornitología y veterinaria. Para Jack significa una tragedia la muerte de un pájaro que ha llegado vivo al refugio. Ocurre pocas veces: Jack es dueño de un talento médico natural y la práctica le da un destreza incomparable. El suyo es el amor perfecto: no exige retribución, correspondencia, aplauso ni alabanza. Lo hace feliz abrir la ventana y dejar que las aves reanuden el vuelo rumbo al sur para salvarse del invierno.
Hoy la temperatura ha descendido a cero. Jack sobrevuela la ciudad sobre al lago. En el aire más alto encuentra una dicha desconocida aquí abajo. Al final sabe que son el júbilo y el poder de los pájaros, sentimientos tan opuestos a la angustia y la indefinición de los seres humanos. Quiere decir algunas palabras: sólo gorjeos brotan de su pico. Su amor al fin lo ha convertido en el objeto amado. Pero el sol muriente lo enceguece. Jack va a estrellarse en el pavimento. Sólo por las plumas será posible reconocer su cadáver."
Pacheco José Emilio, La sangre de Medusa, en Cuentos para niños, Ed. Trillas, México, 1973.
3 comments:
Y se supone que es para niños.
Con razón estamos como estamos como estamos como estamos.
Por cierto, zorrales!
¡Qué bonito! Por un momento pensé que era texto suyo porque usted escribe muy bien. Saludos
Tiene razón "La guapa", se parece un poco a tu estilo. Aunque éste me recordó a "Axolotl" del maestro.
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