Figuras vestidas de negro, con sombrero de copa tan alto que parece doblarles la estatura, abrigos hasta el suelo, sentados cada uno en una mesita esperando material para leer, examinar, juzgar. Con los brazos grises y pesados como piedras reciben la pila de papeles mirándolos con ojos opacos, sin color, y sus mentes solamente piensan en el futuro, en lo que estará sucediendo a su alrrededor sin darse cuenta de que lo que tienen en sus manos duras puede significar algo más que solamente letras.
Una vez, a sus manos llegó un sueño, uno tan transparente que casi no se llegaba a distinguir. Trataba de una niña que volaba ligera por las nubes blancas y el cielo azul, conoció a un pájaro y también a una nube. Tan puro era este sueño que a los ojos del juez resultó invisible, y tomando las páginas ligeramente impresas entre una de sus manos desinteresadas lo echó hacia atrás de su silla y éste cayó deshojado al vacío, llevándose con él cientos de futuros sueños.
Otra tarde recibieron un gran sobre lleno de hojas bañadas en tinta negra, las letras impresas parecían desgarrar el papel y el simple contacto con el papel hacía que la piel se enchinara. Vampiros rondaban en aquel relato, asesinos a sangre fría que buscaban víctimas inocentes a las cuales borrar del mundo de los vivos. Pero el juez había tenido una mala noche, pesadillas habían rondado su cama horas atrás, no quiso saber nada de seres escalofriantes y cerrando el sobre de nuevo lo depositó en el cubo lleno de papeles hechos jirones. Ahí terminó el mundo de tinieblas que un muchacho había visto días antes.
Días después un aroma a rosas inundó la sala, llegó un paquetito de hojas escritas con tinta color rosado y el olor que producía era embriagante. Solamente podía venir de una niña perdidamente enamorada; aquel romántico relato. Empapado en suspiros y lágrimas dulces llegó a las manos de un hombre que lo miró con desprecio, mareado dobló por la mitad el paquete de hojas y lo metió en un portafolios negro, después lo leería en un espacio abierto donde el olor a rosas no le produjera nauseas. Las heridas de su corazón sangraron de nuevo con dicho aroma y no quiso que sus lágrimas volvieran a mojar sus mejillas, ásperas y secas. No lo volvió a mirar.
Jueces, tranquilos e indiferentes. La justicia no es válida con ellos, no existe. Los participantes en el juego son los sentimientos, volubles estados de ánimo. Pero, al no haber resultados objetivos, la llamada "suerte" es la única que juzga. El soñador, el tenebroso y la enamorada guardaron sus palabras, no en un premio, en una felicitación o un diploma, sino en su corazón, donde nunca jamás podrán ser arrugadas, rotas o deshechas, donde valen por el simple hecho de estar y no pueden ser juzgadas por nadie más que por sus conciencias.