Se hizo de noche y cuando las sombras lo hubieron gobernado todo, cerraron los ojos, cada uno desde su lugar. Pronto estarían juntos. Ella, al abrirlos lentamente se vió envuelta en un escalofrío gélido que poco a poco subía por su espalda, y bajando la mirada pudo distinguir una mano tendida y a su dueño sonriendo. Tomo su mano y descalza caminó hasta el balcón, en el cual sus pies se despegaron del suelo. Al notar su desconcierto él rogó que cerrara los ojos y confiara en su abrazo, y cediendo, ella dejó caer los párpados al tiempo que sus brazos, flojos, se balanceaban por el paso del viento. Sintiendo un corazón que latía a su lado se elevó con él, lenta y suavemente, dando pasos firmes en el aire.
"Abrelos, solo un instante, es el mar."
Ahí las olas ruidosas y envidiosas gritaban e imploraban ser liberadas del hechizo que las mantenían atrapadas en la clara arena. Pero ellos seguían elevándose, él guiándola y ella dejándose llevar. El aire glacial les calaba los huesos pero sabían que en su destino no haría frío ni calor, sería sencillamente perfecto.
Pasaron ciudades enteras y nadie los veía. El mundo dormía y ellos sonreían en silencio.
Se acercaba su llegada, cada momento las luces iban disminuyendo y poco a poco salieron de aquella atmósfera que matiene al mundo terrestre con vida, ahí afuera ya no se veía nada más que aquél espejo de plata que flota en el vacío espacio. Sin pedir permiso tocaron tierra, grisáceo polvo cubrió sus pies, pero ya nada importaba; esa noche la pasarían del lado luminoso admirando su verde planeta.
Sentados se les ve, todas las noches, abrazados en silencio. Suyos solamente son la noche, media estrella y un jardín lleno de calabazas, que no se ve porque está del lado iniluminado de la luna...