En un crucero que sale de Nueva York para regresar al mismo lugar, se conocen una mujer pelirroja y un hombre guapo, famoso y deseado por todas las mujeres. Casualmente quedan perdidamente enamorados uno de la otra y deciden dejar sus vidas cómodas para poder casarse y vivir juntos por siempre. Felices, lo dejan todo por el amor. Pero, como toda historia romántica, sucede un accidente inesperado, tan dramático que mi hermana y madre lloran sin parar ni poder evitarlo hasta el fin de la película en la que, como es obvio, los dos protagonistas terminan con un beso romántico la última escena.
Los suspiros enchinan mi piel. No puede ser más romántico. Un avión a punto de partir y dos enamorados en blanco y negro. La última despedida y una frase que la acompaña inmortalizando la escena en mi corazón: "we'll always have Casablanca". El abrazo que me arranca una lágrima de tristeza y alegría al mismo tiempo logró su cometido. No me quiero levantar ni tampoco quiero que termine esa melodía que suena en mi mente durante horas... "a kiss is just a kiss, a sigh is still just a sigh...". Y caigo rendida, desgarrada por la despedida y consumida por la nostalgia monocromática de la mirada de aquél hombre recitando el último adiós.
Bali Hai. Un sueño hecho realidad. El escenario paradisíaco lleno de misterios que abrazan una historia de guerra y amor verdadero. El drama va de la mano con la musicalidad cómica de la obra maestra. El mensaje queda completamente claro: "once you have found her never let her go". Y mi abuelo la escucha una y otra vez, sin cansancio. Y, mientras los protagonistas narran su historia, los demás personajes también nos embelesan con sus canciones, con sus poemas, con sus versos. Todo es un mundo de color en una isla floreada hasta que la muerte interrumpe los suspiros ligeros para reemplazarlos con una puñalada directo en el corazón. Todo es tan inesperado que no da tiempo para asimilarlo. Ha muerto y la niña queda devastada, igual que nosotros.
Además, en un pueblo mexicano también cantan romances, corridos vivos, historias pícaras. La coqueta en la ventana y Pedro Infante susurrándole una canción al oído, rodeado de mariachi. Los ojitos pizpiretos de la muchacha no dejan de mirar al cielo y los del ranchero tampoco. Los dos conmovidos y los espectadores sonreímos. No necesitamos que los muestren explícitos en la pantalla para ver todos los colores que adornan las trenzas de la enamorada. Pero, de la nada, las pistolas y los malentendidos invaden la vida de ambos. Es imposible que sigan juntos. Imposible. Ella, ya comprometida con otro, llora desconsolada y él va a buscar al desgraciado que se la ha robado. Luego de media hora de golpes dentro de una cantina él va a buscarla victorioso. Pero por alguna razón desconocida ella no quiere verlo más. No lo mira y lo rechaza a manotazos y empujones. Y todos sabemos que él es más fuerte, la toma de la cintura y la mira de frente. Sin previo aviso, la besa. Ella se resiste, lo golpea, patalea, se rinde en sus brazos y, finalmente, viven felices por siempre. Ese beso final lleno de enojo olvidado y de cariño "de veras" nos conmueve tanto que la misma noche soñamos con ese momento, en el que perdonar ya no se dice con palabras.
A pesar de todo, sigo siendo una romántica sin remedio, que llora en el punto más alto del Empire State, que bebe en París junto a un viejo amor, que vive enamorada de un hombre excepcional y se asoma a la ventana cada vez que escucha una serenata con mariachi.