Volvió a tocar a la puerta, con paciencia y de pie.
Entiendo. Entiendo el problema y está bien. nada más tienes que abrir. Por favor, abre. No va a ser fácil, lo sé, por eso sigo aquí. Pero también sé que puedes. Sólo es cuestión de quitar algunas de las obstrucciones y listo. Ni siquiera debes quitarlas todas, con dos o tres basta para que empuje la puerta y entre. Por favor, abre.
Recargó la frente contra la puerta silenciosa y bajó el tono de voz.
No necesitas la llave. Conozco la puerta y sé que te deshiciste de la llave. Pero no importa, porque con quitar los bultos de suelo y un empujón de este lado todo queda libre. Abre. Abre, por favor. Ya has empujado mi puerta y no duele. Es lo mismo. Por favor.
Se separó, furioso pero todavía paciente. Caminó de un lado a otro, abarcando todo el metro cuadrado disponible frente a la puerta.
Tiraste todo dentro, nadie lo ve y a ti no te estorba. Es muy conveniente, nada entra ni sale, no hay movimiento. No hay incomodidad ni exposición, tampoco luz ni calor ni frío. No hay nada que no conozcas. Lo sé. Lo he visto. Déjame entrar.
Agotado se sentó contra la puerta silenciosa, inmóvil.
Lo haces muy difícil. Déjame entrar. Sólo voy a entrar yo, ningún otro. Lo prometo. Sólo yo. No escuches lo demás. Por favor, abre.
Sorpresivamente, se levantó para gritar desesperado y con las manos en la cabeza.
¡Es un desastre! ¡Ahí dentro no puedes vivir! ¡Déjame entrar!
Terminó con un susurro.
Déjame entrar.
Esperó. No tuvo respuesta.
No tiene sentido.
Bajó las escaleras, sin saber si volvería. Pero eso no importó, no podía desperdiciar más tiempo. Era hora de salir.
Cuestiones fundamentales
4 years ago