Sunday, May 09, 2010

Lo que se me antoja

-Tengo muchas ganas de sentarme bajo un árbol, uno que eche hojitas encima de mi de vez en vez. En una banca de madera, durante un largo rato. que empiece a lloviznar y luego pare. Escuchar los truenos y ver las nubes. También tener un poquitito de frío; lo suficiente como para que mi piel tenga escalofríos que me despierten. Quiero estar descalza, con los pies sobre el pasto húmedo. Acostarme de lado, boca arriba, del otro lado. Suspirar muy hondo y seguir viendo el cielo, gris y luminoso.

-...falta poco para la temporada de lluvia.

-Falta muy poco para mis botas verdes.

-M&A

Tuesday, May 04, 2010

Amores siderales

En el espacio, el corazón de los astronautas
se hace más pequeño.

"¿Por qué crees que suceda esto?"
-Esa es muy sencilla. En el espacio uno está solo, el mundo se reduce a uno mismo. Si no hay a quien amar, entonces el corazón se hace más chiquito. ¿Para qué lo necesitarías grande?
"A menos que en el espacio aprendas a amar."
- A menos que en el espacio aprendas a amar.
"Conozco un lugar donde los corazones no pueden hacerse más pequeños, y está en espacio exterior."
-¿El de la puerta verde?
"Sí, el de la puerta verde y el jardín."
-Ahí es diferente.
"Ahí es perfecto."

-B & K.

Gotas siderales

En el espacio los astronautas no pueden llorar,
la falta de gravedad impide que las lágrimas fluyan.

Sabía que la vista era única, era sublime, maravillosa. Finalmente estaba fuera de aquella atmósfera que me oprimía y llenaba mis pulmones al estar sobre la tierra. Mis pies no necesitaban suelo firme. Mi mundo, ahora, era yo misma. Y desde la ventanilla dibujé con el dedo las líneas que dividían la tierra del mar, las nubes del vacío, la Tierra del todo. Azul como un suspiro lleno de nostalgia flotaba en la negrura de todo lo demás y yo, desde fuera, pintaba su imagen en mi memoria. Ni siquiera el aire podía competir contra la inmensidad que llenaba mis pulmones, mis entrañas enteras, mi alma. Y flotando yo también miré hacia el otro lado, la otra ventanilla, que me mostró al astro plateado en todo su esplendor. Luna preciosa y quieta, callada. Me llené de su blancura y fue entonces que me vinieron las ganas de llorar. Era imposible contenerlas. Pero las lágrimas no aparecieron. Ellas se quedaron en Tierra, junto con la gravedad, junto con tantas cosas que ahora ya no importaban. Yo estaba fuera. Y los escalofríos seguían subiendo desde el estómago, anudándose en la garganta. Y mis ojos secos. Hasta que, muy discretamente, me llevé la mano a la mejilla derecha para encontrarme con una motita brillante. Cálida e incandescente estaba, brotando de mi ojo, la estrella. Y a ésta la fueron siguiendo más y más. Poco a poco se iban desvaneciendo en mis manos. Luego de una sonrisa, que no cupo en mi cara, miré de nuevo por la ventanilla. Para mi sorpresa, el vacío estaba ahora ocupado por miles de millones de luces, unas más brillantes que las otras, pero todas hermosas. Inerte quedé flotando, admirando la maravillosa vista: cada una de las lágrimas ahí había quedado plasmada, en el infinito, llenando el vacío oscuro para iluminar las noches despejadas.