Entra a escena una mujer muy joven, vestida de piez a cabeza en luto. Detiene sus pesados pasos frente a una banca de piedra que está en el cementerio; iluminado en la mañana. Se sienta y comienza a hablar con la voz entrecortada
-No quiero llorar, no creo que sea necesario, no es para tanto. Es cierto que siento que el corazón está dejando de latir lentamente, también que mi respiración es más ligera con cada segundo que pasa y que siento los ojos desbordantes. Per no importa nunca es tan importante.
De sus ojos enrojecidos brotan un par de lágrimas y las seca rápidamente
- No estoy llorando, no me gusta hacerlo, además es porque hay mucho polvo aquí. Es interesante pensar que hay gente que ahora yace aquí por el resto de la eternidad, así terminamos todos. Pero, ¿qué sucede cuando nuestros corazones mueren? ¿Cuando sentimos que algo dentro de nosotros falta? No es algo físico al que podamos enterrar dentro de un ataúd de madera y luego colocar una hermosa lápida encima. Es algo que no se puede tocar. ¿Será que por lo mismo no muere y solamente se hiere una y otra vez, despiadadamente? No lo sé, pero siento que murió.
Se levanta y con voz exageradamente fuerte exclama:
-¡Solamente ven a demostrarme que no muere! ¡Demuéstrame que estás vivo, o que puedes resucitar! No me dejes sola...
Cae sobre la banca de nuevo y sus sollozos inundan el espacio.
- A quién voy a engañar, son lágrimas saladas que no me dejan en paz, es importante. Ojalá no estuviera sucediendo esto...
Todavía sentada continúa su llanto, su desesperación, su soledad, su esperanza...