Mire por la ventana y me sorprendí al ver que el cielo azul que relucía hace unos pocos minutos había cambiado su traje por el vestido gris que utilizaba cuando quería hacerse tocar por los humanos. Había empezado a llover. Tomé las botas de hule y el paraguas que estaba cerca de la puerta y salí corriendo a la banquita que reposaba en el patio trasero. Solamente caían unas cuantas gotitas tímidas que casi no llegaban a rozar el suelo al aterrizar. Me senté tranquilamente y esperé, con el paraguas firme en una mano y con los ojos cerrados, esperando a que gritara con su vozarrón habitual. Fueron pocos minutos los que duró la llovizna y cuando abrí los ojos las gotas inmensas azotaban contra el suelo de barro, haciéndolo estremecer.
Me abracé al mango de madera que tenía entre las manos, temblando de frío. Por un instante sentí que alguien estaba conmigo, en algún lugar, mirándome. Giré completamente para buscar al extraño observador, pero no había absolutamente nadie a la vista, así es que ignoré su presencia y escuché los murmullos estruendosos de los truenos que rasgaban el cielo sin compasión.
Las botas de hule protegían mis pies del agua, que a cada segundo subía un poco más, pero para mi sorpresa el paraguas negro que había encontrado cerca de la puerta no era de gran ayuda; no tenía ningún agujero, ninguna rasgadura y parecía nuevo, pero aún así yo sentía las gotas heladas caer sobre mi cabeza, hombros y manos, provocando escalofríos intensos en todo mi cuerpo. ¿Cómo es posible que dentro de un paraguas siga lloviendo? No quise contestar la pregunta, temía saber la respuesta, pero mejor dejé que las palabras se silenciaran bajo el efecto de las pequeñas bolitas blancas que empezaron a bombardear la tierra. Granizo que crecía a cada segundo, cayendo sobre mi cabeza dolorosa y gélidamente.
En ningún momento dejé de sentir la mirada clavada en mi cuello, como un puñal afilado. Esperé que se mostrara, que se sentara a mi lado, que me pidiera refugio bajo el paraguas o simplemente me mirara, me abrazara, me tendiera una mano, pero nada de esto sucedió, solamente me miraba y por un segundo me pareció imaginar que sonrió.
El granizo fue disminuyendo poco a poco, y después de un largo rato la llovizna regresó, ésta vez sin mojarme las mejillas y comencé a imaginar una fina melodía que llenó mi mente por completo, sin tener idea de dónde venía, ni a dónde iba pero a pesar de desconocer su propósito me dejé inundar por ella. Mis manos poco a poco fueron soltando el mango del paraguas y finalmente lo dejé caer sintiendo una calmada brisa húmeda sobre mi cara salada.
Entonces fue cuando caí dormida y aquél extraño que estuvo observando me sostuvo entre sus brazos vestidos de negro, me dejó suavemente sobre la cama, ahí yo esperé, en sueños, hasta que volvió a amanecer…